Una terapia muy barata
Andaba yo fastidiado hacía ya tiempo. Con la moral tocada y resentido, en cierta forma con el mundo, pero sobre todo conmigo. Sentimiento impotente, ahogado incluso, asomado desde el abismo en el que se otea un retroceso hacia el pasado más triste de la educación pública.
Huyendo cada día de los comentarios de unos y otros, machacándolos una y otra vez en mi cabeza, tratando de pensar en soluciones o simplemente requemar mi frustración como terapia poco recomendable. Y así, llegaba el día 22 de mayo, el que se convocaba una huelga a nivel educativo.
La cosa prometía. Sobre todo prometía..., requemarme de nuevo, ante lo que yo consideraba "mecanismo pasivo" de nuestro sector abnegado, resignado y deprimido, hasta el punto de entrar en estado de auto-ignición.
Y mira tú, qué curioso, que milagrosamente me vino a visitar a la memoria una frase de un maestro (de los de antes), que algún pescozón que otro me dió.
Me acuerdo que un día, jugando al fútbol en el patio (en aquello que algunos ya llamaban Educación Física), no quisimos subir a clase a la siguiente hora (estábamos sin maestro, como de costumbre). Don Antonio nos esperaba para dar clase de Dibujo como cada jueves a las 4 y cuarto. Pero el partido estaba en su apogeo, así que se nos hicieron las tantas. Habría subido, pero cualquiera le decía nada a la gente (me tomarían por un "cagado").
A eso de las cinco menos diez, subimos los diez o doce, como quien quiere que al maestro le pegue un ataque de amnesia, andando como si pisaras las nubes. Pero no hubo suerte. ¡Qué rencoroso!
Yo no suspendía nunca, pero ese día me dieron "pal pelo". Al salir de clase, me iba yo con el rabo entre las piernas, y Don Antonio me cogió del brazo y me recriminó el hecho, a lo que yo le contesté con un lacónico "los demás no subían".
En ese momento miro a los ojos y me dijo: "No te pases la vida refugiado en los errores de los demás. Cuando uno tiene que hacer algo, lo hace...,y punto".
Eso es..., y punto. Así que estos día previos a la huelga, decidí no recontar cuanta gente opinaba como yo, cuanta gente actuaría como yo, y cuanta gente actuaría de otra forma. Tomé una decisión, y me sentí bien. Tanto es así, que al volver hoy al trabajo, me he sentido maestro de nuevo, me he quitado el disfraz de frustrado y me encuentro hasta de buen humor. Qué terapia más barata.
Por 100 pavos, vuelvo a ser el que era, porque me siento solidario, coherente y compañero.
En cuanto a mis compañeros que no ejercieron su derecho a huelga, distinguir entre dos grupos:
- Aquellos que entienden que las medidas a tomar en educación son o bien necesarias, o bien inevitables, a los cuáles respeto, pero no comparto su opinión.
- Aquellos que entienden que la huelga no es la mejor solución, pero están quemados con las medidas adoptadas en educación, a los que les vuelvo a reiterar, que espero que propongan ellos su idea de reivindicar aquello que quieren, ante lo que encontrarán mi colaboración abnegada. (Hasta de pantera rosa me disfrazo si hace falta).
Las espero con ansia, más que nada por comunicárselo a mi querido Don Antonio, que quedará así más tranquilo.
Pensemos cada uno cuantas veces hemos aleccionado a un crío, sobre sí él mismo hace todo lo que puede por conseguir lo que quiere, sin fijarse en lo que hacen los demás.